sábado, 28 de julio de 2012

PARA REFLEXIONAR

perrito1                         La mariposa y el liderazgo        

Una niña se encontró en una rama del un arbol que se había caído al suelo un capullo de gusano de seda. Al verlo allí tirado, decidió recogerlo y llevarlo a su casa para que pudiera sobrevivir.
Al cabo de unos días, unos pequeños ruiditos alertaron a la niña, la cual pudo contemplar como el proceso de la transformación estaba teniendo lugar. La mariposa luchaba desesperadamente por abandonar el capullo, utilizando mucho esfuerzo y con evidente sufrimiento. La niña, al ver aquella situación, no se lo pensó y buscó una pequeña tijera, eliminando con cuidado las dificultades que la mariposa tenía para salir de su capullo. A los pocos segundos , la mariposa estaba fuera y la niña la colocó de tal manera que pudiera comenzar a volar, pero no podía porque sus alas no eran lo suficientemente fuertes para poderlo lograr.

En el proceso de eclosión, las mariposas, hacen un esfuerzo muy grande el cual fuerza al sistema cardiaco y envía mucha sangre a todos los extermos de su cuerpo, logrando con ese sobretrabajo que se asiente la vida y las                             capacidades, como la de volar de forma autónoma. 
"Liderar es situar a las personas en un mejor entorno para el esfuerzo, no evitarlo."

El juego de las piedras.

Un experto en gestión del tiempo que estaba dando una coferencia puso sobre la mesa de la sala un frasco de cristal y un montón de piedras del tamaño de un puño. “¿Cuántas piedras caben  en el frasco?”, preguntó.
Mientras el público hacia sus conjeturas, fue introduciendo piedras en el frasco hasta llenarlo. Luego preguntó: “¿Está lleno?”. Todos asintieron. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla, puso parte de ella en el frasco y lo agitó. Las piedrecitas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto volvió a preguntar: “¿Está lleno?”. Esta vez, los asistentes dudaron.
“Tal vez no”, dijo uno, y, acto seguido, el conferenciante extrajo un saquito de arena y la metió dentro del frasco. “¿Y ahora?”, inquirió. “¡No!”, exclamó el público, y tomó un jarro de agua que empezó a verter dentro del recipiente. Éste aún no rebosaba.
Terminada la demostración, preguntó: “¿Qué acabo de demostrar?”. Uno de los asistentes respondió: “Que no importa lo llena que esté tu agenda; si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas”.
“¡No!”, repuso el  experto, y concluyó: “Si no pones las piedras grandes al principio, luego ya no cabrán”.
Encuentra las piedras grandes en tu vida, en tu trabajo y programa en la agenda lo verdaderamente importante. Seguro que el resto hallará su lugar.

EL ELEFANTE ENCADENADO

 Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacia gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
Sin embargo la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente.
¿Qué lo sujeta entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: <<si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?>>
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y solo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mi, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro… Hasta que, un día, un día terrible, para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede.
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.
Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza…

«Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que no podemos hacer miles de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, lo intentamos y no lo conseguimos.
Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca lo podré. Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso ya nunca más lo volvimos a intentar.
Tu única manera de saber si puedes conseguirlo es intentarlo de nuevo poniendo en ello todo tu corazón… ¡todo tu corazón!»



EL ROBLE Y LA HIEDRA


Un hombre edificó su casa. Y la embelleció con un jardín interno. En el centro plantó un roble. Y el roble creció lentamente. Día a día echaba raíces y fortalecía su tallo, para convertirlo en tronco, capaz de resistir los vientos y las tormentas.

Al cabo de un tiempo la hiedra caminaba sobre los tejados. El roble crecía silenciosa y lentamente.
-¿Cómo estas, amigo roble?, preguntó una mañana la hiedra.
- Bien, mi amiga, contestó el roble.
- Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura –agregó la hiedra con mucha ironía-.
Desde aquí se ve todo tan distinto. A veces me da pena verte siempre allá en el fondo del patio.
- No te burles, amiga –respondió muy humilde el roble-. Recuerda que lo importante no es crecer deprisa, sino con firmeza.
Entonces la hiedra lanzó una carcajada burlona.
 
Y el tiempo siguió su marcha. El roble creció con su ritmo firme y lento. Las paredes de la casa envejecieron.

Una fuerte tormenta sacudió con un ciclón la casa y su jardín. Fue una noche terrible. El roble se aferró con sus raíces para mantenerse erguido. La hiedra se aferró con sus ventosas al viejo muro para no ser derribada. La lucha fue dura y prolongada.

Al amanecer, el dueño de la casa recorrió su jardín, y vio que la hiedra había sido desprendida de la pared, y estaba enredada sobre si misma, en el suelo, al pie del roble. Y el hombre arrancó la hiedra, y la quemó. Mientras tanto el roble reflexionaba:
-Es mejor crecer sobre raíces propias y crear un tronco fuerte, que ganar altura con rapidez, colgados de la seguridad de otros.






EL JARDIN DEL REY


Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. El roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser tan alta y sólida como el Roble.
 
Entonces encontró una planta, una Fresa, floreciendo y más fresca que nunca. El rey preguntó:
-¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?
-No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, quería fresas. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los hubieras plantado. En aquel momento me dije: “Intentaré ser Fresa de la mejor manera que pueda.”

«Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a ti mismo sin mirar y estar comparándote con terceros o querer ser como otros cuando no está en tu esencia. No hay posibilidad de que seas otra persona. Se tú mismo con tus virtudes y debilidades.

Somos esto que somos. Vivimos marchitándonos en nuestras propias insatisfacciones, en nuestras absurdas comparaciones con los demás.”Si yo fuera…” “Si yo tuviera…” Siempre conjugando el futuro incierto en vez del presente concreto, empecinados en no querer ver que la felicidad es un estado subjetivo, voluntario.
Podemos elegir hoy, estar felices con lo que somos, con lo que tenemos.
Sólo podremos florecer el día que aceptemos que somos lo que somos, que somos únicos y que nadie puede hacer lo que nosotros vinimos a hacer a este mundo.»

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